domingo, 19 de mayo de 2013


EL PÁJARO AZUL

Camila E. Ossorio Domecq
(2010)





 Todos los derechos reservados.
Camila Ossorio Domecq (2007-2011).


A mis padres
A Elisa
A nuestros ancestros.
A Dios Padre 
A Juan Manuel




Prólogo


De todas las formas que adopta la palabra poética, no cabe duda de que el poema concentra su potencia máxima. No sólo porque es terreno óptimo para la experimentación, sino porque hace de la condensación su característica más importante. Se trata de acopiar sentidos sobre el significante para tensarlo al máximo, de manera que sea el lector quien pueda liberarlo al recorrerlo, en pequeñas epifanías estéticas, aunque no se trate meramente de un artificio mecánico, porque una composición estética, en palabras de Deleuze y Guattari, “es el trabajo de la sensación”. Pero  esa tensión urdida por el poeta dentro del núcleo de los significantes, es al mismo tiempo una tensión soportada por una voz particular; una voz que no debe confundirse con la del poeta de carne y hueso, sino que se construye en un movimiento de retorno: no está antes del poema, sino en él, y mejor, más que en un espacio se ubica en un momento, aquel en el que se vuelve del poema, el momento en que percibimos que esas palabras escritas nos devuelven un voz que vibra. Y la voz adquiere a veces la densidad de un cuerpo. Voz y cuerpo bajo el influjo gravitatorio del significante.
En los poemas de El pájaro azul hay una palabra que va de la vida al más-allá (considerado el más-allá como el lugar del estado del alma que se despide), a veces; otras, habla de la ausencia en la certidumbre celebratoria del reencuentro; una palabra que traduce la lucha desesperada de un cuerpo y una voz por concertarse, por alcanzar un equilibrio que se frustra en la proliferación de antítesis. Encierro-libertad (“Pájaro y frutas”), vida-muerte (“Pájaro azul”), desierto-oasis (“Oasis”), luz-sombra (“Verte así”), encuentro-desencuentro (“Convergencia”). La lista, que podría continuar, pone de manifiesto un quiebre que separa lo que urge reunir; pero aquí es interesante notar que no hay valoraciones a priori acerca del carácter moral de los elementos que componen las sucesivas antinomias; se trata menos de preferir, por ejemplo, la luz a la sombra, que de soportar la individualidad de las partes como en una fatalidad de los contrarios. Es un juego de oposiciones que no alcanzan la síntesis y que va delimitando una zona de padecimiento cuya consecuencia final consiste en el permanecer quieto: “¿viste la corriente del río atravesando la montaña?/Ése es el camino para llegar a mí”. No estamos ante una parálisis, sino ante la afirmación de ese cuerpo cuya voz nos habla de fracturas. Estamos ante el arduo sostenimiento de la duplicidad de todo. Incluso los títulos parecen, en ocasiones, una tenaz reescritura de otros: “Ser”, “Uno y el mismo”, “Estoy”; “Padre”, “Papá”; “Pasos”, “Vuelvo”.
 En esa persistencia se encuentra tal vez una clave para la aparición de la luz. Frente a  la imposibilidad de la conciliación, el recurso necesario de la permanencia (“Ser”, “Estoy”) funciona como respuesta: la quietud como afirmación, para  conjurar una traslación que se revelaría estéril (“Así estoy, como una rueda enloquecida”), tanto,  que ni siquiera el tópico de la partida como promesa de llegada (y allí se enfrenta una nueva antinomia) aseguraría un desplazamiento transformador (“Parto hacia un poema de ensueños de mi alma), porque todo deberá ser resuelto en la mera, reveladora evidencia de existir.
En estos poemas que hablan de divisiones imposibles de subsanar, donde el pájaro azul puede volar, pero sin salir de su jaula multicolor, campea sin embargo la confianza en una libertad que se fundamenta en la convicción de la propia unidad. Eso es lo que la voz parece decir. Es lo que el cuerpo de donde esa voz emana condensa. Es una poesía que conjuga, de una vez, la afirmación de  la vida y de la trascendencia, la rotunda afirmación elíptica de un tal vez, un homenaje a los Gestores.


                                                                                                          Carlos Pavón

Pájaro y Frutas
 A Vicente Forte (1968)
 El pájaro no vence a la jaula que lo oprime
pero si vence tal vez la cadena mental que
lo retiene: él es libre por naturaleza.
Sólo el hombre, frente al conflicto acuciante
transmuta su original estado de vigilia en guerra, y el discernimiento
y la confusión -ese no saber que no se sabe- tensiona
el espíritu hacia Eros, mientras una inexorable fuerza destructiva
atraviesa ocultamente su lucha.

El pájaro no vence a la jaula que lo oprime
pero cada reja tiene mil colores:
el color del universo conocido por historia de
millones de años que lo hacen libre
y canta y llora y vuela un poco y
deja pobre a la mísera jaula, cuya misión es oprimir; desencantada jaula,
cuya misión es oprimir; y el racimo de
uvas, y frutas de colores que engrandecen
el prisma visual de encantos y desencantos.  
El pájaro supone y supera la contradicción
de ser libre y estar oprimido.
El pájaro vuela azul, con el pico azul, y huele a vida su encierro.
El pájaro no presenta el conflicto de
una mente que no encuentra el resguardo
de la flora y el amor; el conflicto no supone años de universalidad
bien entendida; el conflicto del hombre es parco y seco
y angustiante: magia, hechicería, muerte.
Pero el hombre que admira del pájaro su vocación
por la libertad se engrandece en la visión del espectáculo: intento, y
volveré a intentarlo, hasta que un día,
el amor de Dios de cada instante
de prueba
vivido aquí y más allá, me lleve
a la comprensión del conflicto y Dios y el pájaro
y la jaula difusa de colores
y el delicado frutero apostado al lado
de la jaula, y el conflicto bien llevado y lucido en la mesa principal,
y nuestro Señor y aquí y allá replanteando
suposiciones acerca de la Creación,
y yo, aquí, observando tamaña evidencia
y yo, aquí, observándote a la luz de mis sentidos,
y yo, aquí, añorando la distancia de un regreso
y yo, aquí,
augurando que el destino de los libres
y el angustiante reflejo de prisiones
saturadas de mezquinos portadores de malas noticias
no han de durar, como el pájaro, eterno,
como el conflicto, connatural,
como el recuerdo, ameno y contradictorio
la distancia del ser amilanado,
la distancia del ser engrandecido,
absuelto, extasiado, ante la magnitud
de pequeños laureles
y de grandes conquistas,
el sol pequeño y la grande hechura
de los ojos que observan y
de la mente que persistente añora y piensa,
del ser que es uno con la Creación.
Del ser que juega a ser más en el Universo,
del ser rescatado de las voces del olvido.  

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                 















Pájaro Azul

Madre del hijo que te vio nacer en el poniente,
hija del padre que te dio la luz sobre la frente,
como fuego del sol, pájaro azul, vuelves al Este
de donde nace la vida en el cielo etéreo o en mi mente.

Pájaro azul que voló hacia el cielo, hacia el poniente
me visitaste anoche, y yo contigo, estridente
brillaba como una luz que no quema ni se apaga...
marchas triunfales nos unían y así estabas:

Joven y bella, madre mía, y de la hora
en que dejaste de existir en este espacio
recuperarte en esta vida, esa es mi obra,
-el pájaro azul vuela a mi lado.

Y deja en el azul de sus alas brillantes
-racimos de uvas acompañan su camino-
y las nubes desempolvan gotitas de rocío
y el frutero apostado al lado de la jaula...

La sin razón de la sinrazón no explica nada
como el pájaro azul te vas de mí, mi madre amada.

                                  
                                               Pájaro y muerte

Es mi recuerdo una lona vacía y rala…
permanente como el tiempo, sólo un nombre:
mis recuerdos me traicionan, se resbalan
y es la luz de mi alma mi anhelo de ser hombre.                                                          


Ser

¿Viste la corriente del río atravesando la montaña?
Ese es el camino para llegar a mí
y, te aseguro, tuve frío, tuve calor, tuve hambre, tuve sueño,
me caí, me herí y estaba sola,
pero llegué, y me encontré,
y al encontrarte, te ví, riéndote
-tal es tu costumbre-
riéndote de las circunstancias adversas,
y te vi, acompañándome o esperándome al fin
y te sentí en el alma
y me encontré y te encontré casi después
y te encontré al fin al encontrarme.

Y te quise…

Tal es la historia de amor del río atravesando la montaña.


Cae la noche

Cae la noche y estás presente.
En mi pensamiento.
Vibro sólo de saberte, muchas veces.
Tan lejos.
Llora esta noche estrellas.
Del mar que ha vuelto.
Y río ante el juego de estelas,
del cielo inmenso.
Te amo. Te amo. Tanto.
Y estás tan lejos.
Un día, sé, por qué, tú,
¿dónde estás? ¿en este infierno?
La mente me juega festines,
de azul incierto.
Mientras yo planto jazmines,
en el desierto.



Uno y el mismo
 Estaba oscuro. El árbol no permitía ver el bosque,
más levanté los ojos, y te ví,
inescrupulosamente, jugándote por tus ideales
ofreciéndome, a cada paso, tu mano ruda
tus palabras, idealistas,
tu voz, calmadamente apasionada
pues la experiencia de los años
te había moderado,
de temple, sólido,
cuando al final del  encuentro
en que te ví, en que me recibiste
no pude más que agradecer,
no pude más que presentir,
que tú y yo,
éramos uno y el mismo.










Padre

Nazco en este instante en que te beso
vivo en este instante en que te lloro
nadie crea que por quererte no me quiero.
Simplemente me has querido y yo te adoro.

Estás. Desde el inicio de los tiempos
presente en cada paso en que te añoro
distinto de la vida y entreveros
- pasajes de partida hacia otros cosmos. 

Y aunque creas que mi juego es lisonjero
o que encuentres tierra fértil en algún otro
no me olvides, Padre, yo te quiero
y te vivo entre mi alma: es mi tesoro.




Papá

Bramidos de caballo en esta plaza desierta.
Escucho tu voz con mi voz entrelazadas.
Escucho también el raudo correr hacia el encuentro.
Escucho voces de dolor, y llanto y lágrimas.

Te amo, palabra consecuente en inicio, causa y fin.
Amarte, con el alma incandescente.
Amarte, hasta el dolor y la fatiga
de saberte mortal, como toda la gente.

Y más allá del tiempo, quebradizo y lejano
te amo de saberte a cada instante conmigo.
Bajo el soplo de Dios, los dos existiremos
ya como padre e hija, como canción, como amigos.








Mamá

Cincuenta años, una belleza inalterada.
Ojos color acero, de suave mirada.
Madre ante todo, y madre
de certeza acelerada.
Canción del alma que ruge
su dolor desde la espalda.

Ojos color acero que acariciaban la vida.
Guerrero y manos de amor
tomando el fuerte… y la astilla
de mi corazón abierto
por tu ausencia, madre mía.

Cincuenta años de ser
mi madre desde otra vida
y el futuro, previsor, me trajo al mundo en la herida
de haberte perdido hoy, de haber ganado esta herida
que llora desde mis ojos tu voz y tu fe, sentidas,
por la fiereza de mi alma
incorporando tu vida
a mi ser, entre mi alma
muy dentro de mí, mi vida.

Incorporando tu alma, en la fe de esa otra vida
en la que me encontrarás,
ya en mi tiempo, madre mía.



El más allá
                                                                                                                       A Luciano Pavarotti
Abruptas disritmias en el hilo de aliento…
abruptos golpes de coraje que elevan
aullidos pequeños en el horizonte bravo
y marcas de fuego que en el alma quedan.

Abruptas disritmias en el hilo de aliento
y yo, que respiro del aire que queda
colapso del cuerpo que duele y no siento
colapso del alma que parte y se eleva.


Vuelvo

(A Luis Iglesias)

Vuelvo del espacio de lo ajeno.
Vuelvo hacia el momento en que soy otro.
Nazco con la vida, después sueño
en qué instancias de la vida me incorporo.

Estoy. Más allá del firme suelo que no piso.
Estoy. Y miro en la distancia de tus ojos.
¿Por qué lloras? ¿No entiendes que de nuevo yo comienzo?
¿No entiendes que soy fuerza bajo el cielo de este cosmos?

Lágrimas y llanto –nombre unívoco de muerte-
que Occidente nos impone como emblema de despojo...
La muerte no es tal, sino sólo la apariencia
de un camino que despierta al abrir de otros ojos.

La palabra innominable que es inicio, causa y fin,
determina en cada paso, fin, causa y principio.
Y despliego mi conciencia sobre el cielo, que está gris,
y me elevo todavía más allá de lo finito.

Es palabra muy odiosa la del término absoluto.
Discontinua y lejana, en su magnificencia.
Soberbia es clausurar la vida a un solo estado
pues refuta este concepto al concepto “trascendencia”.

El nombre conocido, cuya acepción es Dios,
Padre nuestro nominado de manera aproximada,
adyacencia fortuita del espíritu más fuerte,
estás en mí latente, como mi alma entre tu alma.

Y es cierto que jugamos con los dados a esta vida...
más el azar no es juego, sino designio intermitente...
y la contingencia es juego, inesperado, y es la fuente,
de otros designio-juego que son causa consecuente.

Y la fortuna oscila entre el azar y el destino
y el destino se debate entre el azar y la predestinación,
y cuando vacilamos entre la fortaleza y el miedo,
a través del albedrío encaminamos nuestra acción.

Y juego. Y añoro. Y recuerdo. Y los beso.
Yo soy Luis, argentino, nativo o por opción.
Espejo, como Ustedes, de una firme creencia:
¡Argentina! ¡Argentinos! ¡Somos nuestra Nación!

Parto hacia un Poema

Al querido amigo y hermano
Vicente Mendoza y FAMILIA

Parto hacia un poema de ensueños sin faltas
el cielo me mira, sus ojos me alumbran
y tiemblo al pensar mirarte de arriba.

Un poema me espera, un poema me aguarda
y feliz navegando en un ensueño de nube
te aviso suavemente que descanso en tu falda.

Un poema me espera
que ahoga en sí finitos hilos de plata.
Parto hacia un poema en mi sueño de llamas
de cruces que no llegan
de cruces infinitas
de cientos de ojitos de lechuza que se inflaman.

Y escucho que me llamas, y yo parto hacia el poema.
Y me deslizo adentro de la luz de las palabras.
Con tu pluma enciendo las alas de mi estéreo
del sueño que soñaste cuando al poema llamabas.

Y Cristo que está vivo, Él que está despierto
Él que habla el poema de ensueños ya con calma
¡Te bendigo, compañera! ¡Te bendigo compañero!
Parto hacia un poema de ensueños de mi alma.


Íconos

Manos delicadas que tejen un pulóver.
Manos que acarician mi cabeza al dormir.
Manos cocinando la cena de la noche.
Manos que no tiemblan al tener que decidir.

Palabras que no irrumpen sino tras el silencio
de años que llevaron las palabras eludir;
sentimientos expresados otrora en los hechos…
manos y palabras enlazadas al partir.


Pasos

Camino frecuentemente por tus pasos que no sigo.
Camino aquellos pasos que no quisiste dar
y lloro aquellos pasos que al final diste
dejándome sola y triste, sin tus pasos para andar.

Crecí confrontando pasos en la casa que habitamos.
Crecí demoliendo andares a cada paso pisar.
Y crecí repitiendo pasos, deshaciendo y continuando
pasos perdidos varios y otros de no olvidar.

Camino frecuentemente por mis pasos que autorizo
andar en un pensamiento o un recuerdo jugar;
doy la vuelta a tus pasos y mis pasos que persigo
y doy la vuelta, te digo, y vuelvo a ser en mi andar…

Crecí confrontando pasos en la casa que habitamos
más nunca dejé de amarte por ser referente y más…
Andando en los pensamientos o recuerdos que persigo
te llevo en el alma, madre, y en los pasos que vendrán.



Verte así

Verte así, iluminada y sombría.
Será tal vez el recurso de tu magia
que me muestra tus contrastes
nocturnos y diurnos a la vez
mientras enceguezco con tanta luz
y tanta sombra…

Verte así, iluminada como un farol potente,
o cual estrella de este porteñísimo cielo
plagado de sombras salvajes,
de rostros que conocemos a través de viejas fotos
y de manzanas rojas proponiendo la salvación eterna.

Verte así, luchando con la espada en la mano
venciendo a los fantasmas del pasado y del presente
proponiendo –equidistante- un futuro con cuerpos
y cantos plenos de sol…

Luchando contra ese molino de viento
no queriendo saber si sabes
o no saber sabiendo mucho
el conocimiento es nuestra desventura
y el no saber es la intuición acertada…

Arrebatando huracanes en el último suspiro
y asimilada verte a la magia de los magos
vuelves a ser del aire, del espacio más divino…
volviendo a ser de mi alma que está siempre a tu lado.


Esta noche
                                                                                                  A Juan Manuel Louro
Calles empedradas, luces de faroles, noche que se cierra
sola como estoy.
Sola en esta noche de vientos y de heladas
de libros que se abren…de tiempos sin reloj.

Sola en esta noche. Triste es la mirada
-recuerdo postales de tonos sin voz-.
Regreso a la cima de la cumbre helada
de la sábana blanca y te veo a vos.

Calles empedradas, luces de faroles, noche que se cierra
sola como estoy te miro y no puedo
comprender tu mirada: ¡Te extraño! Me dices,
hay angustia en tu voz…

Sola en esta noche. Sola como estaba
siento tu mirada muy dentro de mí.
Siendo que te extraño, siendo que no estabas
arranqué del libro, tu nombre, esa página
Y escribí en los míos:

“Como el cuerpo al alma, recuerdo postales
regresé ayer de la sima del infierno
del centro de mis sueños, del azul latente
del cielo y el castaño de tus ojos serenos”.

Sola en esta noche. Triste mi mirada
recuerdo postales de tonos sin voz.
Regreso a la cima de la cumbre helada
de la sábana blanca y te veo a vos.


Verdad y Sueño

Anoche soñé contigo.
Desperté de inmediato con el corazón latiendo fuerte.
Si mi engaño en la vigilia no me miente
si no me mienten tus ojos, tu mirada,
descubriste en mí un deseo cautivo:
tal vez te niego y te resisto, enamorada.

Mi discurso no te nombra ni te invoca
más mi pecho dice, profiere a gritos y calla.
Tu rostro, recio, altivo y tu mirada son
motivo de mi exilio o mi llegada.

Hay peligro si me entrego a tu morada;
peligroso es vivir sin tus motivos,
de vivir intensamente las heladas
o el calor de tu cuerpo en mis sentidos.

Será, tal vez, que anoche estabas
y creí que eras un sueño sin sentido.





Huida con cinco sentidos

Ojos almendra de inquieta voz ronca.
Rozaste mi mano: ¿Tomamos un café?
Dijiste y sonreí y a mi paso y mi sombra
de tu luz las resguardé.

Estoy

Aquí estoy, para ti, buscando
un punto-enclave, un equilibrio
por el exceso de visión de éste, mi exilio
que me arrastra desde el borde del quebranto.

Así estoy, como una rueda enloquecida,
-con dificultad respiro, y rápido-
busco la vertiente de mi vida
abismada al juego incierto de tus brazos.

Y plagiando, tal vez, alguna fe conciliadora,
y tal vez también, con un brandy aletargado,
¡Sí, soy yo, Camila, quien te añora!
¿O soy yo, o eres tú, o es un extraño?

Cierra los ojos, bebé, que ya es la hora.
Cuenta conmigo. Aquí estoy, siempre a tu lado.





Cuando te necesito

A veces, cuando te necesito, amiga,
y tú no estás
siento que mi única compañera es la soledad.

Y mi conciencia me subraya
errores de la vida
que en mis recuerdos aún florecen
y no se marchitan.

Porque la vida muchas veces te entristece
y en esos momentos crees
que toda esperanza se desvanece.

Por eso quiero verte pronto, amiga,
para que juntas solucionemos
esos obstáculos propios de la vida.


Convergencia

Se levanta la mañana con su manto discontinuo…
la mañana que rugiendo entona leve una canción;
romper con lo conocido, romper de adentro hacia fuera,
crear tal vez un tipo diferente de emoción.

Esperando tan afuera de los ejes temporales
tal vez ¡cierto! Fuera de aquel tiempo que otrora fuera mío
tal vez llorando a tiempo aquel silencio, que es testigo
de una muerte pasajera, aquella nueva decepción…

Mañana de colores fatua y misteriosa
y que hoy, gris y silenciosa se alza triste en mi ventana
llueve la dicha gracia y la desgracia de estar sola
llora el invierno tarde su pasión por mi ventana.

No nos unió el coraje ni el deseo de encontrarnos
no nos unió el deseo de sabernos convergentes
no nos unió el coraje de tendernos el camino
grises rostros de ayer y de hoy, pasajeros de este puente…

Nos unió tal vez un momento, que fue –entonces- desatino
fundiendo dos caras –luego- lejos de un mismo destino.


Antagonismo

Estaba oscuro y había llovido un rato. Las ventanas golpeaban entre sí y al fondo de la habitación no había luz. Pensamos juntos tal vez en la posibilidad de escaparnos al polo opuesto de nuestra existencia, quizás en donde el frío y el sol no se dejan sentir por tiempo indefinido. Tal vez habíamos, sin quererlo, iniciado ese viaje que no llevaba más que a corrernos del lugar habitual de nuestras preferencias, de nuestros divertimentos, de nuestras evasiones reales, continuas y cotidianas.

Un viaje con exabruptos fuertes; la lluvia seguía cayendo y el calor de la noche iba aplacándose. Nos acostamos uno al lado del otro. Nos quedamos mudos, preguntándonos, si habría sido cierto que alguna vez habíamos amado, preguntándonos, también, quizás, si era correcto, si tenía algo que ver con nuestro pensamiento el habernos inclinado aquella noche a un vacío frondoso, un vacío agonizante que no hablaba más que de derrota, de viejos recuerdos, de sinsabores amargos que aún seguían tornando difícil la existencia.

Quería conversar contigo –le dije. Nos miramos sin mirarnos evitando las miradas que viajaban dentro nuestro. –Pensé- tal vez pensé… Lejos estabas. La distancia entre el pensamiento y la palabra dista tanto como el eterno destello de unos ojos que reavivan al saberte vivo, pero ciegos ante la incertidumbre de la falta de sol… el viaje entonces había iniciado.

Y pensamos juntos nuevamente, ya sin mirarnos y sin sabernos presentes o ausentes, si el clima era preferible, si la falta de tiempos eternos no harían de nosotros un recuerdo ajeno, si el olvido apuntalaría las memorias, si el cristal de la copa se habría roto… si en una rendija del fondo de la habitación se filtraría una luz… si tal vez aquella luz hablaba de que estabas naciendo, de que estábamos abriendo los ojos… de que habíamos retornado a nosotros… de que habíamos despertado.


Juan

¿Tiene explicación?
Te recuerdo,
fumabas parisienes
y hablabas convencido
de tus hijos
de la vida y sus extremos
del valor que hay que tener
en la jungla de cemento,
de tu primo -editor-
de su renacimiento tras la quiebra,
de Gaby y su ruptura con Flor,
de Lu, su única hija,
y mientras hablabas
yo observaba
tu ser expuesto
a la aventura
tu rearmarte íntegro
tras la pérdida
pues que morí, para ti,
y yo no fui la culpable, Juan,
no lo fui.
Pero me olvidaste
y te recordé
fumando parisienes
y hablando solo.



Un café

Pedimos un café
y hablamos
de política nacional,
de sociología
de ideas
y no sabía yo
por dónde comenzar
cómo decirte
que no había sido culpa mía
que ese momento contigo
debía ser memorable.
Pero no sabía yo
cómo decirte
que aún te amaba y que el futuro
me ahogaba en su vacío.

Terminamos el café
y pediste
que me quedara
y yo no supe qué hacer
pues temía tu ausencia.

Y me quedé
y no supiste
qué hacer.


Fiereza

Se curva mi espalda
del peso del silencio
de no tenerte cerca
de no saber de ti
y miro hacia el costado
-la pena me es ajena-
y te llora mi alma
desde que te perdí.

Silencio que es infierno
palabras que no llegan
me niegas y te niego
y al saber de ti
mi corazón se agita
mi boca y lengua elevan
una humilde plegaria
y digo a Dios mis penas
y le pido consuelo
desde que te perdí.


Primavera

Busco en la primavera de algún año, de algún día
el árbol que conjugue el pájaro y la flor
el brote del capullo y la mano materna
que acaricie el ensueño de los rastros del dolor.

Y la paz del encuentro de los seres que antaño
brindaron al sueño un anclaje y la voz
y los ojos del tiempo, acompañaron con luces
el reflejo de la noche en cálido esplendor

que no lloren su muerte, que no haya lamento
por los jardines áureos del ser que se amó.
Busco en la primavera, de algún año, de algún día
el árbol que conjugue el pájaro y la flor.



El final

Final de la escena de Cristo rompiendo las sogas que ataban sus manos a la cruz, el leño incipiente resquebrajado, ungiendo sus manos de mierda y de pus. Final de la escena de Cristo llorando coronas de sangre mortal, final de la escena que tiñe incipiente sublime moral. Final de los robles adormecidos que ya hechos leño crujían al fuego, final de los remordimientos que en lento andamiaje crujían los dedos. Andaban sublimes las moscas rondando comida de bueyes con carro de largo tiraje, moviendo sus manos, rozando los codos, mutilando todos las huellas de un viaje. La vuelta, el retorno, fue un precipicio ahondando frescura, compás y pasión, retorno de un viaje de muertos heridos, que respiraban y hedían su aliento y su voz. Hallaban la vía completa y fácil matando el grátil aliento vital, rodeando sus poros de podridas ansias de morir ansiando destino final. Muertos heridos de graciosas ansias que desvinculaban fracción de pensamientos, que lo que se dice no es más que el fragmento de lo que se piensa en esos momentos. Y como así Cristo, en su gran camino, sin nombrar la huella del absurdo surco, sin hacer difuntos, con su mano llena de las referencias que son de los otros; sin nombrar la fuerte peste de los hombres, cuando con su vida son sólo un cristal, vómitos irruptos, tren de
vanagloria, un poco de escoria, este es el final.






Desaparecido civil de la Era Democrática

Desaparecido civil
de este sistema.
Hay un desaparecido civil
bajo la cama.
Viene la ambulancia
y se acomoda en el living de tu casa
con psiquiatras
que esperan te desdigas
y actúes y pienses como la media.
Te medican hasta las orejas
y te convocan a visitas periódicas
para atormentarte con un tratamiento
sin fin y con inicio estipulado
por quienes te desean
un futuro de hijo dilecto
del sistema.

Este tratamiento debe
modificar tu historia hacia atrás
y tu psiquiatra vuelve a relucir
que vos sos el enfermo
porque tu discurso contrasta con el de la media
porque sos el incomprendido de tu familia
y si llorás, te amenazan con internarte
-pues estás al borde de otra crisis-
y si sos vehemente, sos violento.

De cualquier manera
es preferible que te calles
y que no combatas más
la ignominia de los poderosos,
porque entonces serás,
en adelante y con futuro incierto
un desaparecido civil
de la Era Democrática
(aquella, en la que se dice,
ya no ocurre nada).